domingo, 29 de enero de 2017

CUANDO LOS TONTOS MANDAN

 
 
Lo comentaba hace unas semanas Jorge Marirrodriga en este diario: el sindicato de estudiantes de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres “ha exigido que desaparezcan del programa filósofos como Platón, Descartes y Kant, por racistas, colonialistas y blancos”. Supongo que también se habrá exigido (hoy todo el mundo exige, aunque no esté en condiciones de hacerlo) la supresión de Heráclito, Aristóteles, Hegel, Schopenhauer y Nietzsche. La noticia habla por sí sola, y lo único que cabe concluir es que ese sindicato está formado por tontos de remate. Pero claro, no se trata de un caso aislado y pintoresco. Hace meses leímos –en realidad por enésima vez– que en algunas escuelas estadounidenses se pide la prohibición de clásicos como Matar a un ruiseñor y Huckleberry Finn, porque en ellos aparecen “afrentas raciales”. Dado que son dos clásicos precisamente antirracistas, es de temer que lo inadmisible es que algunos personajes sean lo contrario y utilicen la palabra “nigger”, tan impronunciable hoy que se la llama “la palabra con N”.
El problema no es que haya idiotas gritones y desaforados en todas partes, exigiendo censuras y vetos, sino que se les haga caso y se estudien sus reclamaciones imbéciles. Un comité debía deliberar acerca de esos dos libros (luego aún no estaban desterrados), pero esa deliberación ya es bastante sintomática y grave. También se analizan quejas contra el Diario de Ana Frank, Romeo y Julieta (será porque los protagonistas son menores) y hasta la Biblia, a la que se objeta “su punto de vista religioso”. Siendo el libro religioso por antonomasia, no sé qué pretenden los quejicas. ¿Que no lo tenga?
Hoy no es nadie quien no protesta, quien no es víctima, quien no se considera injuriado por cualquier cosa, quien no pertenece a una minoría o colectivo oprimidos. Los tontos de nuestra época se caracterizan por su susceptibilidad extrema, por su pusilanimidad, por su piel tan fina que todo los hiere. Ya he hablado en otras ocasiones de la pretensión de los estudiantes estadounidenses de que nadie diga nada que los contraríe o altere, ni lo explique en clase por histórico que sea; de no leer obras que incluyan violaciones ni asesinatos ni tacos ni nada que les desagrade o “amenace”. Reclaman que las Universidades sean “espacios seguros” y que no haya confrontación de ideas, porque algunas los perturban. Justo lo contrario de lo que fueron siempre: lugares de debate y de libertad de cátedra, en los que se aprende cuanto hay y ha habido en el mundo, bueno y malo. No es tan extraño si se piensa que hoy todo se ve como “provocación”. Un directivo del Barça ha sido destituido fulminantemente porque se atrevió a opinar –oh sacrilegio– que Messi, sin sus compañeros Iniesta, Piqué y demás, no sería tan excelso jugador como es. Lo cual, por otra parte, ha quedado demostrado tras sus actuaciones con Argentina, en las que cuenta con compañeros distintos. Y así cada día. Cualquier crítica a un aspecto o costumbre de un sitio se toma como ofensa a todos sus habitantes, sea Tordesillas con su toro o Buñol con su “tomatina” guarra.
La presión sobre la libertad de opinión se ha hecho inaguantable. Se miden tanto las palabras –no se vaya a ofender cualquier tonto ruidoso, o las legiones que de inmediato se le suman en las redes sociales– que casi nadie dice lo que piensa. Y casi nadie osa contestar: “Eso es una majadería”, al sindicato ese de Londres o a los padres quisquillosos que pretenden la expulsión de clásicos de las escuelas. Antes o después tenía que haber una reacción a tantas constricciones. Lo malo es que a los tontos de un signo se les pueden oponer los tontos del signo contrario, como hemos visto en el ascenso de Le Pen y Putin y en los triunfos del Brexit y Trump. A éste sus votantes le han jaleado sus groserías y sandeces, sus comentarios verdaderamente racistas y machistas, sus burlas a un periodista discapacitado, su matonismo. Debe de haber una gran porción de la ciudadanía harta de los tontos políticamente correctos, agobiada por ellos, y se ha rebelado con la entronización de un tonto opuesto.
Alguien tan simplón y chiflado como esos estudiantes londinenses censores de los “filósofos blancos”. No alguien razonable y enérgico capaz de decir alguna vez: “No ha lugar ni a debatirse”, sino un insensato tan exagerado como aquellos a los que combate. Cuando se cede el terreno a los tontos, se les presta atención y se los toma en serio; cuando éstos imponen sus necedades y mandan, el resultado suele ser la plena "tontificación" de la escena. A unos se les enfrentan otros, y la vida inteligente queda cohibida, arrinconada. Cuando ésta se acobarda, se retira, se hace a un lado, al final queda arrasada.
 
Javier Marías, El País (29-I-2017)

sábado, 14 de enero de 2017

EJERCICIOS / TRABAJO ESCRITO

 
GERARD VAN HONTHORST, Elisabeth de Bohemia (1636) / Seguidora de Descartes
 
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miércoles, 11 de enero de 2017

MÁS PLATÓN Y MENOS DORA, LA EXPLORADORA

 
En la Universidad de Londres, el sindicato de estudiantes de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos ha exigido que desaparezcan del programa filósofos como Platón, Descartes o Kant. Por racistas y colonialistas. En su escrito, el sindicato se refiere a estos —y a otros personajes históricos— como “filósofos blancos”. Además, demanda que sean estudiados únicamente si el alumno lo solicita y siempre poniendo su pensamiento “en el contexto”. Por ejemplo, los filósofos de la Ilustración deben ser explicados —y desacreditados— junto a su “contexto colonial”.
Resulta paradójico que en una universidad —que se supone es, entre más cosas, el lugar donde todas las ideas fluyen, se confrontan y permiten el surgimiento de otras nuevas— haya quien prohíba mostrar ideas de pensadores que, guste o no, han conformado el mundo en que vivimos. Más paradójico todavía es que esta reivindicación se base en una especie de... ¿antirracismo racista? ¿Qué tienen en común Platón y Descartes? Que son blancos. Bueno, ojo con Platón. Si apareciera hoy en un aeropuerto europeo con su verdadero aspecto probablemente sería deportado. Y que son colonialistas. Es decir, para estos alumnos nada ha cambiado entre la Atenas del siglo IV antes de Cristo y la Francia del XVII. Al parecer, además de la Filosofía, tienen problemas con la Historia.
Pero la cuestión no es esa. En una época donde a la mentira le llamamos “posverdad” y al totalitarismo social “corrección política”, no es difícil quedar a expensas de un grupo —por pequeño que sea— organizado y dispuesto a imponer cualquier disparate ante una mayoría aterrorizada de que la etiqueten si se le ocurre oponerse. Resulta obvio que ningún personaje histórico resiste cinco minutos un análisis con los ojos de hoy en día. Por ejemplo, Platón perseguía a sus alumnos para enseñarles algo que no es precisamente el mito de la caverna.
Luego viene el fenómeno snowflake student (estudiante copo de nieve). No solo tengo derecho a elegir asignaturas, sino los contenidos de estas. Y aunque no tengo ni idea —ni quiero tenerla—, puedo arrinconar a quien sea para exigir que ni me mencione contenidos que desafíen lo que pienso, alegando que son “ofensivos”. Ahí tenemos lo ocurrido en la Universidad de Glasgow, donde se previene a los estudiantes de Teología —atención, Teología— de que las imágenes de la crucifixión pueden resultarles “incómodas”. Si esto sigue así, van a terminar incluyendo en la guía docente Dora, la exploradora.
En estos tiempos del “arden las redes sociales”, uno de los últimos reductos de pensamiento libre y reflexivo es la Universidad. Lo que suceda en esa institución ad intra —perdón por el uso del latín imperialista— resulta crucial para conformar la sociedad de los próximos años. Si la Universidad también cae en manos de la nueva inquisición del totalitarismo ofendido apoyado por los indignados de guardia en las redes sociales —inquisición que ya deja sentir su larga mano en otros ámbitos—, tal vez sea mejor cantar como Javier Krahe: “Pero dejadme, ay, que yo prefiera la hoguera, la hoguera, la hoguera”.
 
Jorge Marirródriga, El País (12/I/2017)

sábado, 7 de enero de 2017