lunes, 15 de abril de 2019

¡ARDE LA CATEDRAL DE NOTRE DAME!


 

La catedral de Notre Dame (París), uno de los símbolos de la civilización cristiana, arde en estos momentos. Parece una trágica metáfora de nuestra decadencia. Urge que tomemos conciencia de la importancia de nuestra cultura y de los valores que la acompañan, la mejor que ha producido la historia de la Humanidad, pero en serio peligro de desmoronamiento.
 
  "En el rostro de la vieja reina de nuestras catedrales, junto a cualquiera de sus arrugas, se ve siempre una cicatriz. Tempus edax, homo edacior expresión que yo traduciría muy gustosamente: el tiempo es ciego; el hombre es estúpido. El tiempo devasta, pero el hombre es el mayor devastador. (Ovidio, Metamorfosis.) Si para examinar con el lector, dispusiéramos, una a una, de las distintas huella destructoras impresas en la vieja iglesia, las producidas por el tiempo resultarían muy inferiores a las provocadas por los hombres, especialmente por los hombres dedicados al arte. Tengo forzosamente que referirme a estos hombres dedicados al arte pues, en este sentido, han existido individuos con el título de arquitectos a lo largo de los dos últimos siglos. En primer lugar y para no citar más que algunos ejemplos capitales, hay seguramente en la arquitectura muy pocas páginas tan bellas como las que se describen en esta fachada, en donde al mismo tiempo pueden verse sus tres pórticos ojivales, el friso bordado y calado con los veintiocho nichos reales y el inmenso rosetón central, flanqueado por sus dos ventanales laterales, cual un sacerdote por el diácono y el subdiácono; la grácil y elevada galería de arcos trilobulados sobre la que descansa, apoyada en sus finas columnas, una pesada plataforma de donde surgen las dos torres negras y robustas con sus tejadillos de pizarra. Conjunto maravilloso y armónico formado por cinco plantas gigantescas, que ofrecen para recreo de la vista, sin amontonamiento y con calma, innumerables detalles esculpidos, cincelados y tallados conjuntados fuertemente y armonizados  en la grandeza serena del monumento. Es, por así decirlo, una vasta sinfonía de piedra; obra colosal de un hombre y de un pueblo; una y varia a la vez, como las Ilíadas y los Romanceros de los que es hermana; realización prodigiosa de la colaboración de todas las fuerzas de una época en donde se perciben en cada piedra, de cien formas distintas, la fantasía del obrero, dirigida por el genio del artista; una especie de creación humana, poderosa y profunda como la creación divina, a la que, se diría, ha robado el doble carácter de múltiple y de eterno".
(Víctor Hugo, Notre Dame de París)